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Propósitos, por Pepe Alfaro

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El conocido dicho “año nuevo, vida nueva” nos invita a reflexionar, cada vez que cae la última hoja del calendario, sobre aspectos enquistados que conviene cambiar en nuestra vida. Para ello, como en las antiguas meditaciones, conviene llevar una adecuada metodología, que empieza por una “composición de lugar”, a la que se refiere el aforismo clásico “conócete a ti mismo” (en latín, nosce te ipsum). Y, una vez, que nos hemos autoexaminado, viene el necesario “propósito de la enmienda”.

En mi caso, anoté tres propósitos de la enmienda que, a pesar de ser recurrentes, nunca acabo por cumplir: Aprender inglés, rebajar la grasa abdominal y ordenar mi habitación. Como quiera que el orden era de mayor a menor dificultad, y con el ánimo de no desfallecer, empecé por el más sencilla: ordenar mi habitación. Previamente, releí unos breves ensayos filosóficos que profundizaban en esos extremos que son el orden y el caos. Y, aunque me encontré tanto con defensores del orden como del caos, comencé a ordenar mi habitación. Me llevó tres mañanas completas entre el desayuno y la comida. Tengo que decir que el resultado fue espectacular pues, entre otros logros, conseguí unos espacios que necesitaba. Al pasar por el pasillo, no podía evitar echar una mirada de soslayo hacia mi antigua “leonera”, haciéndome crecer la autoestima.

El problema vino cuando intenté buscar unos papeles que necesitaba. No hubo manera. Dediqué una mañana entera hasta que los encontré. Suspiré aliviado. Pero observé que había regresado el caos primigenio. Recordé entonces el aforismo de Emily VanCamp, que dice “La mejor forma de luchar contra el caos es con más caos” y me sentí mejor. Llegué a la conclusión de que no debería haberme propuesto ese propósito, porque el caos, a pesar de su mala prensa, tiene mucho de armonía y de creatividad.

Quedaban dos propósitos más por cumplir. Empecé por la reducción de la grasa abdominal, pero unas inoportunas agujetas y un extremo dolor en las lumbares me hicieron desistir. No me quedó más remedio que cambiar la talla de los pantalones.

Sólo me quedaba el propósito de aprender inglés. Esta vez me venció el tiempo, pues no conseguía avanzar a pesar de dedicar una hora diaria. La solución me vino porque mi nieta me regaló una traductora automática de idiomas que funciona maravillosamente y que traduce al instante el inglés y otros veinticuatro idiomas.

Me siento mucho mejor. Porque los propósitos no necesitan su consecución. Al fin y al cabo, como decía Maimóndes, “el riesgo de una decisión incorrecta es preferible al error de la indecisión”.