Aquella persona se autodefinía como “Íntegra”. En el más amplio sentido de la palabra. En cuerpo y alma. De la cabeza a los pies. Sin fisuras. Sus mesiánicas intervenciones eran auténticas “lecciones de Ética”, que sellaba siempre con un rotundo e inequívoco “es lo que la mayoría de la ciudadanía quiere”. Inmutable ante la incomprensión, su estoicismo era proverbial, a pesar de los continuos ataques que sufría, sobre todo por parte de “medios comprados por el enemigo”. Era tal su arduo sacrificio e insoslayable integridad que había cambiado de afiliación de Partido político siete veces en catorce años. Pero, como ella misma afirmaba, con rostro compungido y ojeras talladas por el buril del cruel insomnio que le provocaba tanta persecución, “esos Partidos fueron tomando derroteros distintos a los yo me afilié, y mi incuestionable Ética no me permitía seguir con ellos”.
Se le acusaba de que siempre que cambiaba de Partido encontraba un mejor acomodo en otro sillón cada vez más alto. Y, aunque confesaba que eso era cierto, lo aceptaba con humildad, porque ella no lo buscaba, sino que eran los otros los que valoraban su ética actitud.
En su armario guardaba chaquetas, corbatas, pins, lacitos, escarapelas y lencerías varias de los diversos colores representativos de los partidos en los que había militado, conformando un completo arco iris. Y lo hacía, no sólo como demostración de ahorro y austeridad, que también, sino porque era consciente de que, igual que las modas, los partidos acostumbran a cambiar de pensamiento en función de las encuestas. Pensamiento que bien podía volver a coincidir con el que dictaba su marmórea integridad.
Su ascética resignación se asemejaba a la de aquellos personajes que, a lo largo de la Historia, sufrieron en sus carnes persecuciones, injurias, escarnios, sinsabores e insultos, tratando de encasillar su ética con etiquetas del tipo de “chaqueterismo, tamayazo, volubilidad o peseterismo”. Y si bien estos ataques le produjeron cruentos estigmas, propios de quien padece martirio debido a su santidad, jamás consiguieron arrancar la más mínima viruta de su sólido comportamiento, regido por una inequívoca Verdad absoluta que sólo ella poseía.
Un modelo, en fin, de los que ya no quedan. De ahí que, cuando se retiró de la primera línea política, este mundo desnortado fue a peor. Su humildad y, sobre todo, su generosidad para que su rigurosa ejemplaridad sirviese a futuras generaciones, le llevó a abrir una “Escuela de Ética, Libertad, Antitransfuguismo y Liderazgo”.
El mundo entero se lo agradece. No cabe duda de que, cuando ese alumnado termine su formación y acceda a los diversos liderazgos del mundo mundial, estaremos a salvo. Ya va siendo hora de luchar, con el ejemplo, contra el transfuguismo, a favor de la tan denostada Ética, en pro de la tan manipulada Libertad. Amén.