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Solidarios


Ahora más que nunca son tiempos de solidaridad. Con la pandemia se han originado muchas desgracias y muchas necesidades que, sin duda, no se pueden subsanar de manera individual. Por eso, además de las propuestas del Estado, que tratan de minimizar en lo posible tantas penurias, surgen aquí y allá diferentes llamadas para que prestemos nuestra ayuda en forma de alimentos, dinero y, también y sobre todo, de nuestro propio tiempo para socorrer a las personas desamparadas. Es cierto que la respuesta es eficaz, y que ha rebrotado un sentimiento de proteger en lo que podamos a los que más lo necesitan.

Pero ser solidarios no termina con esta generosidad que, de una manera o de otra, ejercemos. Somos sociables por naturaleza, como asentó Aristóteles hace veintiséis siglos, lo cual no significa únicamente que debamos juntarnos de cuando en cuando para tomar unos vinos o hacer una excursión, sino que en el fondo estamos unidos a los demás, que dependemos todos de todos y que nos necesitamos unos a otros; que hay como un hilo invisible que nos mantiene en cierto modo cosidos a nuestros prójimos, de tal manera que todo lo que hagamos repercute lógicamente en ellos, bien sea de manera inmediata, a corto o a largo plazo.

La primera regla para cumplir nuestra solidaridad es acatar las normas sanitarias

Y es que no terminamos en nosotros mismos, nuestro límite no es la piel que nos recubre, sino que nos trascendemos más allá, precisamente hasta donde los otros luchan para vivir. Por eso, la primera norma de la solidaridad, antes de prestarnos voluntariamente a paliar en lo que podamos las necesidades ajenas, es la de cumplir con nuestras obligaciones, pues en la medida que las incumplamos ello repercutirá necesariamente en quienes habitan en nuestro mismo horizonte; ese hilo invisible que nos une se tensará o se destensará, según los casos, y serán las otras personas las que por ello se desequilibren. Y no solo ellas, porque también nosotros sufriremos las mismas consecuencias de manera recíproca, no en vano dependemos de un mismo hilo. Por el contrario, si cumplimos nuestras obligaciones, la hebra se mantendrá tersa y no se romperá ese equilibrio inicial en el que convivimos.

Viene esto a que ahora, en esta pandemia que parece no tener fin, la primera regla obligatoria para que se consume nuestra solidaridad es que cada uno cumplamos con las normas sanitarias. Porque si no lo hacemos, estamos dañando de manera inmediata a quienes nos rodean, aunque después demos dinero o nuestro apoyo a quienes lo necesiten. En tal caso seremos solidarios pero solo en apariencia, porque habremos roto el equilibrio que de cada uno de nosotros depende y habremos perjudicado seriamente a las otras personas.