Ricardo Pardo
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El confinamiento de 2020 fue el punto de partida del viaje artístico del murchantino Ricardo Pardo, que, sin un trayectoria previa ha irrumpido con fuerza en el panorama expositivo. “No soy artista”, afirma él mismo con honestidad y sin pretensiones. “Empecé en la cuarentena, en Zaragoza, y por desahogo, comencé a pintar”.

Pardo reconoce que esas sensaciones que le plantaron ante el lienzo supusieron el reencuentro con el niño que destacaba en el colegio con el dibujo. “Ganaba concursos en la escuela y siempre me gustaron los cómic”, recuerda, pero no fue hasta aquel encierro forzoso cuando se reencontró con los pinceles. Primero con el acrílico, luego con el óleo, y desde entonces, su crecimiento ha sido rápido y sorprendente: “De cuadro a cuadro ha habido un cambio brutal y muy exponencial”, reconoce.

Apenas dos años después de aquella chispa inicial, sus obras han pasado por exposiciones en Barcelona, Madrid, Galicia y Navarra. Su estilo es expresivo, intenso, lleno de emociones. Con sus obras quiere comunicar, provocar y remover. “Siempre quise sacar emociones, pero me faltaba esa técnica para poder expresar por ejemplo emociones o sensaciones como la ira… los cuadros se me quedaban a medias”.

Colecciones

Su trabajo puede verse estos días en el espacio AtelierN1 de Aitor Lanas. A sus espaldas, un conjunto de cuadros llenos de gritos, de miradas, de cicatrices y esperanzas. Ricardo Pardo pinta lo que siente con la valentía de llevarlo al lienzo.

En la colección que ofrece en la sala pueden verse algunas de sus líneas de trabajo gira en torno a los “Siete pecados capitales” o la reinterpretación de lo cuentos infantiles reinterpretados. “El cuadro de Caperucita, por ejemplo, es la lucha de la mujer contra el maltrato, contra los miedos… representados en el lobo”, explica. Otros ejemplo son “La mosca” o «La Gula», representaciones que aprovecha para mostrar de una manera muy visceral y cercana al comic la ira que puede ocasionar la molestia del insecto o las sensaciones que puede experimentar una persona hacia la comida.

Estas colecciones en las que sigue trabajando con propuestas para “Cenicienta” o “La Avaricia”, le permiten construir una narrativa emocional que da sentido a su obra,., asegura. “Quiero hacer una galería solo de una colección completa”, señala, aunque reconoce que también ha comenzado a pintar obras más comerciales, más pequeñas y menos densas emocionalmente, para responder a las demanda del público. «La gente busca tranquilidad. El primer día que puse una obra más suave, se vendió”.

Exponer para conmover

Su primera exposición en Murchante fue casi accidental. Volvía de Madrid con sus cuadros y un amigo de su hermano, concejal en el Ayuntamiento de la localidad ribera, le animó a exponer tras ver su obra. “Me daba miedo”, confiesa. “Pero fue un bombazo. La gente me felicitaba y se emocionó con las obras”.

Esa respuesta emotiva se convirtió en su gran motor. “Lo mío es la expresividad. Me gustó mucho pintar ‘El grito’, porque lo más difícil en pintura es representar a alguien gritando: no es solo la boca, es toda la cara, el cuello, los músculos, todo se condiciona con esa expresión…”.

Técnica, búsqueda e inspiración

Aunque autodidacta, reconoce que su evolución técnica en estos intensos meses de trabajo ha sido notable. “Creo que he llegado al punto en el que ya consigo hacer el cuadro tal y como lo imagino”. Ahora, explica, trabaja casi exclusivamente con óleo y emplea materiales recuperados o comprados de segunda mano.

Su proceso creativo es meticuloso y basado en la emoción. Sus ideas, relata, nacen del día a día. «Surgen las ideas, lo apunto todo en el móvil y luego lo desarrollo”. Pero su apuesta sigue siendo clara: expresar y conectar con el espectador. “Un dibujo puede ser fácil de entender, pero lograr que un cuadro que te haga sentir, eso es otra cosa”, concluye.