Guillermo Lasheras, Diego Canela y los hermanos Iker y Zaira Urzáiz han unido sus manos estos días a la ola de solidaridad que camina a diario entre Valencia y las localidades de Paiporta, Masanasa, Cataroja y Alfafar, zona cero de las inundaciones que han asolado la provincia levantina.
Los cuatro estudiantes tudelanos comparten residencia en Valencia y están viviendo en primera persona las terribles consecuencias que han ocasionado las torrenteras. Desde casi el primer día tratan de ayudar en la medida de sus posibilidades a que la vida recobre lo más pronto posible la normalidad.
Guillermo Lasheras recuerda como la tarde del martes un compañero de residencia le comentaba que le habían cancelado un exámen y que la Universidad de Valencia elevaba el nivel de emergencia al máximo por lo que se cancelaban las clases. «Me pareció una exageración y no fue hasta el día siguiente cuando fuimos conscientes de todo lo que había pasado y que las consecuencias eran muy serias».
«La gente ha perdido en media hora lo que ha construido a lo largo de toda una vida»
Con las clases canceladas en la universidad los estudiantes salieron a la calle a ver cómo podían ayudar. «Al principio no había nada organizado pero el viernes ya nos decían que hacían falta muchas manos».
La primera toma de contacto con las consecuencias de la riada fue en el barrio de La Torre, situado junto a núcleo urbano de Valencia atravesando el nuevo cauce del Turia a través de la pasarela que estos días está dando la vuelta al mundo por las oleadas de gente que la atraviesan para llevar a la zona cero de las inundaciones. «Acudimos con guantes, escobas, cepillos y te ofreces a la gente si necesita algo. El primer día acudimos a un bar, ayudamos a sacar barro, escombro, retirar todas las máquinas y esperas a que lleguen los camiones y tractores para que vayan retirando las cosas».
Fue en esa primera jornada donde la dimensión de la tragedia trascendió de lo material a lo personal, recuerda Lasheras. «Estuvimos en una farmacia. La dueña estaba muy afectada y empiezas a ser consciente de cómo todo lo que la gente ha ido construyendo a lo largo de toda una vida desaparece en media hora. Fue muy duro».
Zona de guerra
Tras colaborar en La Torre, los estudiantes se han desplazado durante el fin de semana a puntos más alejados a casi una hora de camino para llegar hasta Cataroja, Masamasa, Pincanya, Paiporta. Ha sido en estas poblaciones donde han visto una nueva dimensión de lo ocurrido. «Lo de estos pueblos es una pasada. La gente nos ha estado contando que están sin comida, sin agua, sin luz, sin cobertura. Es de las cosas más impactantes que he visto en mi vida, es como un apocalipsis, una zona de guerra», describe.
Poco a poco se está avanzado, explica Lasheras. «La ayuda que empieza llegar ya es mayor. Cada vez ves a más a bomberos, militares, protección civil. La organización es mejor, han venido muchos camiones, tractoristas y grúas para mover los coches. Se nota que han empezado a abrir carreteras. En cuanto puedan retirar los coches la imagen será distinta, ya que aún es complicado avanzar. Los voluntarios estamos haciendo una labor de sacar tierra y agua, pero es complicado. Una máquina hace el trabajo más sencillo en menos tiempo. Pero sabemos que somos necesarios, porque siempre hay cosas que hacer».
Y lo hacen, aseguran, motivados por el agradecimiento que están encontrando en cada lugar al que llegan. «La gente nos ofrece de todo cuando lo han perdido todo. Esa gratitud es con la que nos pagan y hace que nos sintamos orgullosos de lo que estamos haciendo», concluye el joven estudiante.