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José Luis Sanz: “Siempre he procurado escuchar a la gente, dar calor humano, eso es la vida”

José Luis Sanz acaba de cerrar su negocio - Talleres J.L. Sanz - después de toda una vida de trabajo. Y lo ha hecho dando las gracias a los clientes que le han acompañado a lo largo de todos estos años

José Luis Sanz, en su taller de la carretera Alfaro
José Luis Sanz, en su taller de la carretera Alfaro
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José Luis Sanz, que hace poco cumplía 63 años, entró con 15 de aprendiz en el servicio oficial Seat Doria -así se llamaba entonces-. “A esa edad dejé de estudiar”, recuerda, “y en esos tiempos, o estudiabas o trabajabas, no te dejaban hacer el vago”. Allí le hicieron contrato de aprendizaje. Pero antes de acabar el cuarto año, se fue a la mili. “Cuando volví me quedaban dos meses. Pero habían cambiado la dirección de la empresa, acabé el contrato de aprendizaje y en lugar de pasar a oficial de tercera, me despidieron. Los metí a juicio, lo gané, pero el empresario podía indemnizarme y mandarme a casa. Y eso es lo que hizo. Estuve dos meses vendimiando en Azagra y montando caballitos en las ferias. Luego llamé al Taller San José. Me cogieron a prueba 15 días, y luego me hicieron fijo. Allí estuve 19 años. Se trabajaban todo tipo de vehículos, tractores, camiones… Otro chico y yo estábamos en la sección de coches. Él hacía el trabajo bonito y yo el trabajo más difícil, el más engorroso. Llegó un momento en el que este muchacho se fue y mi jefe me dijo: “¿Tú controlas también este trabajo?” Hombre, controlaba lo feo no voy a controlar lo bonito, mejor aún. Y allí estuve diez años más. Tenía mi autonomía y hacía de todo, atendía al cliente, organizaba el trabajo… Pero fueron entrando en la empresa los hijos del jefe, llegó un momento en que eran la mitad de la plantilla y se me metían en mi trabajo. Todo empezó a ser una desorganización, yo quedaba mal con el cliente, se me iba de las manos”.

José Luis vio la oportunidad de establecerse por su cuenta, cuando supo que alquilaban la bajera donde había trabajado antes. “Hablé con la dueña y me la alquiló. Tuve que montar toda la instalación eléctrica, agua, aire comprimido, comprar toda la herramienta, los elevadores,… Todo lo que hacía falta para empezar. Abrí el taller el 23F del año 98. La primera mañana me acojoné. Estaba perdido, pero me duró esa mañana”.

«Ahora me puedo tomar las cosas con tranquilidad»

José Luis Sanz contaba con una clientela fiel del anterior taller. “Fui trabajando muy a gusto, con muchas ganas, y así han ido pasando los años. Pero con el tiempo he perdido esas primeras ganas, esa ilusión. Así que miré a ver si podía jubilarme y así lo hice”. Y lo primero que ha querido hacer es agradecer a sus clientes tantos años confiando en él. “Yo he vivido gracias a ellos. Es muy difícil abrir una puerta. Tienes que ir haciéndote una clientela. Muchos de mis clientes eran mayores, muchos han fallecido y ahora venían sus hijos… Hay que ser constante, hacer las cosas lo mejor posible y que todo el mundo quede contento. Ha sido una clientela fiel. He llegado a tener 3.000 clientes distintos. Y eso trabajando solo”. Al hablar de su trabajo, lo hace con pasión: “Es un trabajo bonito, muchas veces complicado… Es como la medicina: si te diagnostican bien, te pueden curar. El coche se queja, tiene unos síntomas y tú tienes que interpretarlos”.

Con la jubilación, el cambio ha sido grande: “Una de las cosas que he notado es que ahora tengo mucho espacio en el cerebro”, dice riendo. “Porque yo me organizaba el trabajo y sabía lo que tenía que hacer cada día. Pero ahora tengo todos los días por delante libres. Porque he sido muy organizado en el trabajo, no he cogido más de lo que podía, me he cuidado a la hora del horario, no he hecho demasiadas horas extras…”.
“Tras la jubilación ha vuelto uno de mis defectos, que es la pereza”, confiesa entre sonrisas. “Soy perezoso, no vago, que es diferente. Pero ahora me puedo tomar las cosas con tranquilidad. Eso sí, mi mujer se va a trabajar, y yo paso la mopa, limpio, barro, friego el suelo, hago los baños… Menos planchar, que no me gusta, hago todo. Y cuando llega mi mujer está la comida preparada en la mesa. Y por las tardes a pasear y poco más, porque con la situación actual no se puede hacer mucho. Pero bueno, ya pasará”.

Saber escuchar

La noticia de su jubilación, supuso un disgusto para sus clientes: “Pero les decía, algún día tenía que ser. No hay nadie imprescindible en esta vida. Y tiene que ser así. ¡Pero sí que estaban disgustados! Decían, es que tú, aparte de arreglarnos el coche, nos arreglas un poco la vida. Es curioso, porque yo soy una persona muy tímida, pero este oficio me ha permitido salir de mí, hablar con la gente. Aparte de hablar de lo que le pasa al coche, con los clientes he hablado de su vida, de la mía… “.

Y es que, a lo largo de los años, no le han faltado vivencias, algunas de gran carga emotiva: “Siempre me acuerdo de un chico árabe que era vecino mío del taller. Yo le solía dejar herramientas porque era manitas y él se hacía sus cosillas, luego me las devolvía, hablábamos… Pues resulta que este hombre, un día perdió a su mujer y a sus dos hijos en un accidente en Marruecos. Él estaba aquí con su otro hijo. Un día le veo entrar y me dice: “Vengo a llorar contigo. ¿Qué pasa? Le dije. “Que se han matado mi mujer y mis hijos”. Y los dos lloramos, siendo de otra religión, de otra cultura… Pues yo se lo agradecí, esa confianza. Esas cosas te marcan”.

José Luis Sanz tiene claro que la gente necesita calor humano, que le escuchen: “Y eso es lo que he procurado hacer. Y todo los años metidos, todo el esfuerzo, todos los malos ratos… Han merecido la pena por mis clientes. Esto es la vida, y por eso quería darles las gracias, por todo lo que ellos también me han aportado a mí”.