Está claro que, si nos remitimos a los hechos (sólo si nos remitimos a los hechos) el ser humano es una especie animal diseñada para la guerra. Ahora que tan de moda está la Genética, no nos extrañaría que, cualquier día de estos, nos venga un investigador (Made in USA o CHINA, por supuesto) y nos suelte que “ha descubierto el gen de la Guerra,” sí, ese que nos hace ser tan guerreros.
Y como los de a pie no tenemos acceso a esa larga lista helicoidal que constituye nuestro genoma, nos lo creeremos con un largo suspiro de resignación, acompañado de un socorrido “qué le vamos a hacer”.
Trump, Putin, Netanyahu y compañía sonreirán con un “ya lo decía yo” y, gracias a este descubrimiento, encontrarán razones para sus sinrazones, pues las culpas de la Guerras no serán suyas sino de sus ancestros (papá Adán y mamá Eva) que los parieron así, desde aquel Paraíso Terrenal sito en Mesopotamia.
La Historia (me refiero a la Historia objetiva, no a la que cada Presidente de un País, de Comunidad Autónoma o de Comunidad de Vecinos se inventa) está ahí para aprender de ella. Bueno, eso es al menos lo que se afirma en púlpitos y paraninfos. El caso es que todas las guerras las han negociado (entiéndase lo de ‘negociado’ en su más amplia semántica) los que mandan, ajenos a lo que piensa la mayoría de los que obedecen. Lo grave es que, a veces, los que las negocian han sido elegidos por los que la sufren, por lo que hasta la misma Democracia formal se convierte en Dictadura real. Por lo visto debe de haber otro gen que transforma a un demócrata en un dictador en cuanto agarra el poder (aunque este gen, de existir, nunca se hará público).
Volviendo a la memoria histórica, los tiempos de Paz son los más propicios para preparar la Guerra. Y viceversa. Así nos lo vendieron los invasores de la Roma imperial: “si vis pacem para bellum” (“si quieres la paz, prepárate para la guerra”). ¿Habrá un gen humano de la contradicción? Aquí, recién salidos de una Dictadura, basándose en los temas que nos unían, se sentaron las bases para una Democracia. Ahora que la Democracia está consolidada, se hace hincapié en los temas que nos separan. Pero, insisto, son los que mandan los que se obstinan en ahondar en los temas que (supuestamente) nos diferencian. Para mantenerse en el poder, enardecen a sus masas con los temas de la raza, el idioma, la bandera, el himno, la frontera y la selección autonómica, dejando en segundo término la solidaridad, la educación y la no violencia.
Y así nos va. Llevamos demasiado tiempo de Paz y, por eso, ya no la valoramos. En fin, que necesitamos una buena Guerra para empezar de nuevo a añorar esa Paz.
Puede que a más de uno le parezca este escrito un tanto reaccionario. Simplemente me conformaría con que, sin dejar de plantear cualquier tema que se tercie (pues ninguna excusa vale para que TODO pueda y deba debatirse) se invirtiesen los términos y se hablase más de lo que nos une como humanos que de lo que nos diferencia.
Y que si hay que protestar, se proteste. Para eso, Gandhi sigue siendo un buen ejemplo: el de la No Violencia. Lo mismo ocurre con el ejemplo del Papa Francisco, que daba valor a las mujeres y a quienes trasgredían cualquier tipo de sexualidad que se saliese de los atávicos y exclusivos conceptos de “macho y hembra”. Pero, por lo visto, ni Gandhi ni el Papa Francisco era humanos: les faltaba el gen de la Guerra. Y, a cambio, tenían hiperdesarrollado el gen de la Solidaridad. Eran otros tiempos.