Inicio Colaboradores Alfonso Verdoy A solas, por Alfonso Verdoy

A solas, por Alfonso Verdoy

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Noviembre es un mes muy especial. Empieza conmemorando todos los santos, esas personas, reconocidas o no, que con su conducta ejemplar se volcaron desinteresadamente en apoyar a todos los que estaban a su alcance, y luego el mes continúa con el día de difuntos. Estoy hablando por supuesto en el ámbito de la cultura occidental, con indudables raíces cristianas, y aunque hoy la religión no tiene demasiado peso en la sociedad, siguen vigentes las festividades del cristianismo. Se mantiene todavía la costumbre de visitar y embellecer con flores las tumbas de familiares y amigos, sobre todo por la inercia de la tradición, porque las cosas de la vida interior y del espíritu están en franca decadencia.

A través de esa excursión por los adentros descubrimos lo que somos nosotros, lo que son los demás y los problemas de todos

Eso de pensar en la otra vida y meditar de cuando en cuando, apartarse del mundanal ruido por unos momentos, encerrarse con uno mismo para saber de verdad quienes somos y qué es lo que podemos esperar—como dijera Kant—, está perdiendo adeptos, porque esa soledad significa, dicen, ignorar y perder de vista la realidad que nos envuelve y conocerla con detalle, que es lo que realmente importa. Sin embargo, un pensador de la talla de Martín Buber dejó escrito que el hombre que es capaz de ponerse a solas topa consigo mismo, y entonces en su propio yo descubre al hombre, y en sus problemas los problemas del hombre. Unamuno se añade a esta idea diciendo que en la soledad reconocemos a nuestros hermanos, que eso es la base imprescindible para que pueda brotar el amor, y que la soledad es la que realmente nos une, aunque parezca lo contrario.

O sea que a través de esa excursión por los adentros descubrimos lo que somos nosotros, lo que son los demás y los problemas de todos, que son la parte esencial de la realidad. Filósofos y psicólogos afirman que es necesario mantener un equilibrio entre la meditación interna y la observación externa, sin eliminar ninguna de las dos actitudes, aunque hoy nos estemos empeñando en descartar la primera de ellas por parecernos la menos valiosa. Es tan intenso el ruido mediático que nos aturde, y en el intento de centrarnos en las cosas nos descentra de lo que realmente somos. Y salimos perdiendo.