Inicio Colaboradores Alfonso Verdoy El día del Cristo, por Alfonso Verdoy

El día del Cristo, por Alfonso Verdoy

-- Publicidad --

El Cristo y el Cristico, son dos fechas que ya no son lo que fueron. El Cristico lo celebrábamos el domingo siguiente al día del Cristo, sobre todo cuando este había sido laborable, para poder ir al campo, al huerto, a la orilla del Ebro y festejarlo con un menú de verduras de la tierra, una buena ensalada de tomate y el correspondiente complemento cárnico. Pero esto apenas existe hoy.

Fui el día 3 por la tarde a la Ermita del Cristo con mi familia, y tuve una sorpresa muy agradable; en el pequeño jardín arbolado precedente a la pequeña iglesia había cantidad de personas de todas las edades departiendo alegremente, y muchas madres jóvenes con hijos pequeños que correteaban sin parar, jugueteando entre ellos y yendo a la fuente a beber agua. Y todo ese panorama fue para mí un toque de optimismo, porque respiré allí el espíritu de Tudela, el sabor ancestral de nuestro pueblo que quiso repetir una de nuestras más vetustas tradiciones. Y eso, en plena globalización, en plena creencia de que lo nuevo y lo procedente de otras culturas- sobre todo de la sa¡ona- es lo más interesante, resulta muy positivo.

Volver de cuando en cuando a la tradición no es retroceder, sino renacer. Aceptar lo nuevo no debe significar olvidar lo antiguo

Porque las tradiciones son realmente importantes, aunque no solo, sino también. Aceptar lo nuevo no debe significar olvidar lo antiguo, porque lo verdaderamente vivificador es el sano equilibrio entre ambas fuentes. Volver de cuando en cuando a la tradición no es retroceder, sino renacer. Porque la tradición es un río muy especial que no va hacia abajo sino hacia arriba, que no nos lleva al final sino al principio. Ingresar en su rumorosa corriente es alcanzar los comienzos de nuestra humilde cultura popular, es meternos en aquel ámbito de vida recién estrenada, donde todo el horizonte era naturaleza, y donde todas las vidas se desarrollaban en armonía, porque ninguna molestaba y todas concordaban entre sí. Y esa armonía que existió en el principio de los tiempos sigue siendo el sueño utópico y necesario, tapado hoy en día por el bienestar, un concepto burgués que nunca nos deja del todo satisfechos.

Por eso pienso que conmemorar todas nuestras tradiciones es volver a nuestros orígenes, empaparnos de la pura energía de aquellos momentos y regresar regenerados al presente y poder vivirlo con mayor suavidad. Y así, entre las numerosas idas y venidas, seguro que saborearemos mejor nuestra vida, porque tendremos juntos el pasado y el presente, lo que nos permitirá soñar un futuro más esperanzador.