Hace cincuenta años, España retomó un camino arrebatado por el dictador: el camino de la democracia y del reconocimiento de las libertades públicas. Celebramos la muerte de las cadenas y la esperanza de que la ciudadanía eligiera su futuro en libertad. La ciudadanía deseaba que nuestro país siguiera las palabras del poema de Antonio Machado: “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”. Una ventana de oportunidad democrática que se abrió en Grecia con la caída de los coroneles, continuó con la Revolución de los Claveles en Portugal y culminó en España con el final de las dictaduras en el sur de Europa.
La democracia no vino de arriba, como algunos falsamente nos quieren convencer. Se construyó desde abajo, mediante la lucha pacífica de las clases media y trabajadoras. Se construyó en las fábricas, en los barrios, en los periódicos, en los sindicatos, en las universidades, en las asociaciones de vecinos. Se defendió primero en la calle y culminó en las urnas. Hoy, 50 años después, no miramos al pasado por nostalgia: lo hacemos porque la democracia no es un punto de llegada, sino un lugar de encuentro y convivencia al que hay que cuidar todos los días. La democracia sigue siendo la mejor forma que conocemos de canalizar pacíficamente nuestras legítimas diferencias.
Y conviene decirlo con claridad: vivimos un tiempo en el que las democracias vuelven a estar en peligro. Existe una ola reaccionaria internacional que avanza en todo el mundo y, con ella, el cuestionamiento de los principios democráticos más básicos: el respeto a los resultados electorales, el principio de división de poderes, la diversidad en todas sus expresiones, las libertades de expresión y de información, la igualdad entre mujeres y hombres, etc. Su estrategia del discurso del odio, la polarización y los bulos persigue acabar con las democracias y sustituirlas por un nuevo modelo de autoritarismo llamado “democracias iliberales”, como vemos en EE. UU. con Trump o en la Hungría de Orbán.
La democracia se debilita con el revisionismo histórico que niega el sufrimiento, la tortura y la muerte que supuso la dictadura de Franco; cuando se acusa de traidores a millones de ciudadanos por cuestionar la verdad única que algunos quieren imponer al resto; o cuando se usa el discurso del odio como forma de hacer política.
Quien alimenta a la bestia del odio puede acabar devorado por ella. La democracia no es grito: es palabra. No es imposición: es respeto a la diferencia. No es ruido: es convivencia. Y si algo nos enseñan estas cinco décadas es que 50 años de democracia son, en realidad, 50 años aprendiendo a convivir: no siempre fácil, no siempre lineal, pero siempre hacia adelante.
Conmemorar 50 años de la muerte del dictador y del inicio de la democratización de España no es una postal al pasado: es un acto de responsabilidad cívica hacia el futuro. Porque, si algo nos enseña nuestra historia reciente, es que España siempre ha avanzado ampliando derechos, nunca recortándolos. Cada vez que se reforzaron la convivencia, el respeto y el diálogo, el país creció. Cada vez que se impusieron la división, la mentira y la confrontación, España perdió.
Y por eso defender la democracia no consiste en sacar banderas cuando se pierde el poder, sino en respetar lo que dicen las urnas, gobierne quien gobierne. No consiste en convertir la discrepancia en enemistad, sino en asumir que la pluralidad es una riqueza. No consiste en gritar que España se rompe; consiste en trabajar para que España siga siendo un país donde quepamos todos y todas.
Porque, en realidad, la democracia desde su origen ha tenido un significado sencillo y profundo que jamás debemos olvidar: el gobierno o la autoridad del pueblo. A ello hoy añadiríamos: del pueblo que goza de libertades públicas y que tiene asegurados servicios públicos esenciales, como la educación o la sanidad. Cuando la política se divorcia de la gente, la democracia deja de existir. Por eso la política municipal es la esencia democrática: porque escucha a la ciudadanía, decide con la ciudadanía y sirve a la ciudadanía.
Conmemorar estos 50 años es asumir un compromiso: reforzar la convivencia, combatir la desinformación con hechos, defender la transparencia, garantizar la participación ciudadana y educar en valores democráticos. Es hacer de la democracia una práctica diaria, no un eslogan.
La democracia no se hereda: se defiende, se riega, se cuida y se ejerce.
Cincuenta años después, lo que celebramos no es lo que fuimos, sino lo que hemos sido capaces de construir. Y lo que estamos decididos a proteger.
Las amenazas serán muchas. Los discursos del odio serán ruidosos. Pero la historia ya lo ha demostrado: la democracia es el mejor sistema para desarrollar nuestros proyectos personales y canalizar nuestras diferencias. ¡Defendamos la democracia frente a los que de nuevo quieren arrebatárnosla!
Alicia Echeverria (delegada Gobierno de Navarra), Toni Madaleno (Senador), Martín Zabalza (director general Memoria y Convivencia GN) y Marina Curiel (Portavoz Partido Socialista PSN Pamplona).
















