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Las III Jornadas sobre Migración celebradas en Fitero recientemente han vuelto a colocar sobre la mesa una realidad que, lejos de ser nueva, sigue creciendo en complejidad. Para un municipio como Fitero, la llegada constante de nuevos vecinos procedentes de otros países, fundamentalmente de Marruecos, no es solo una cifra o una estadística: es una transformación social profunda que repercute en el colegio, en los servicios sociales, en el consultorio local, en nuestras calles, en la convivencia y en el día a día de nuestro pueblo.

En estos encuentros se pone siempre en valor lo que funciona: en este caso, la fuerza de lo local. Creo, humildemente, que los pueblos hemos demostrado que sabemos acoger, acompañar y que nos esforzamos para generar vínculos. Sabemos reconocer nombres y poner rostros, detectar situaciones delicadas y tender manos que no aparecen en ningún manual. Esa proximidad es nuestra mayor herramienta. Pero, precisamente por eso, también vemos con claridad sus límites.

«La sensación crece entre los municipios pequeños: nos están dejando solos»

Porque, aunque en los discursos se reconoce la importancia de los ayuntamientos, la práctica es otra. Persisten los “peros”. Y uno de los más evidentes es la escasez de herramientas reales: recursos humanos insuficientes, servicios sociales saturados, ausencia de mediadores culturales, falta de apoyo pedagógico en las aulas o programas de integración que se quedan cortos, llegan tarde o, simplemente, no llegan.
La consecuencia es una sensación que crece entre los municipios pequeños: nos están dejando solos.

La migración no es un fenómeno que un pueblo de poco más de 2.300 habitantes pueda gestionar en solitario. No cuando la llegada de nuevas familias supera nuestras capacidades; no cuando las necesidades —educación, integración, acompañamiento— son mayores que nuestros presupuestos y nuestras plantillas; no cuando actuamos más por responsabilidad moral que por dotación institucional.

Las jornadas celebradas en Fitero, un año más, han demostrado que existe voluntad, sensibilidad y compromiso en el ámbito local. Pero también una convicción compartida: sin un apoyo decidido del Gobierno de Navarra, seguiremos improvisando soluciones donde debería haber políticas públicas sólidas, estables y bien financiadas. No es lógico, ni ético, que la mayor parte de los programas locales que desplegamos para afrontar la realidad migratoria sea a golpe de enmienda en los Presupuestos Generales de Navarra.

«Los municipios pequeños necesitamos que el Gobierno de Navarra entienda que no basta con aplaudir los esfuerzos locales: hay que dotarlos de presupuesto que permita garantizar su continuidad»

La migración es una oportunidad, sí. Me enorgullece ver que hemos conseguido que algunas jóvenes migrantes obtengan el certificado de profesionalidad y hoy trabajen, perfectamente integradas, en nuestra residencia de mayores. Pero solo será plenamente una oportunidad si quienes estamos en la primera línea dejamos de sentir que caminamos solos. Los municipios pequeños necesitamos que el Gobierno de Navarra entienda que no basta con aplaudir los esfuerzos locales: hay que dotarlos de presupuesto que permita garantizar su continuidad.

No se trata de señalar culpables, sino de reclamar coherencia. De que las administraciones que tienen los recursos actúen a la altura de un desafío que es humano, social y demográfico. Y que, por tanto, nos afecta a todos.

La Renta Básica, un debate necesario

En este contexto también surge un debate tan necesario como urgente: el de la Renta Básica Garantizada.

La Renta Básica Garantizada merece una reflexión profunda y cambios urgentes. No discuto su finalidad, loable y necesaria. Pero sí se perciben desequilibrios que, lejos de ayudar, acaban dificultando la convivencia y la integración. Observamos que, en algunos casos, la prestación no va acompañada de un itinerario de inserción real, ni de un seguimiento que motive a las personas a vincularse con el entorno, participar en la comunidad o dar pasos hacia la autonomía. Los ayuntamientos terminamos siendo los que explicamos, mediamos, contenemos o resolvemos situaciones que no deberíamos gestionar solos. La Renta Básica es un instrumento valioso, pero requiere una revisión seria para que no siga siendo un mero trámite desconectado de las necesidades reales del territorio y de la responsabilidad compartida que exige la integración de las personas que recibimos en nuestros pueblos. Porque nosotros acogemos al que llega, sí, pero también le pedimos que se integre, que forme parte del pueblo y que se comprometa con su proceso hacia la autonomía.

Y en este punto conviene subrayar una idea que considero fundamental: la Renta Básica debe ser una herramienta para capacitar, no para perpetuar dependencias. Su razón de ser ha de ser acompañar a las personas durante un tiempo limitado, el necesario para formarse, aprender un oficio, adquirir competencias y poder incorporarse al mercado laboral. En cambio, cuando una prestación se eterniza deja de cumplir su función social y genera frustración social. La ayuda económica es imprescindible en ciertos momentos, pero solo adquiere verdadero sentido cuando va unida a un camino real hacia la autonomía. Ese equilibrio, que ahora no tenemos, es el que necesitamos recuperar.

El Valle del Alhama (Fitero, Cintruénigo, Corella y Castejón) no soporta más análisis, más estudios ni más parches. Necesitamos una apuesta valiente y decidida.

Fitero cumple: acogemos y nos esforzamos para que la integración no sea una palabra vacía de contenido. Lo que falta ahora no es voluntad, sino respaldo. Ha llegado el momento de que el Gobierno de Navarra pase de las palabras a los hechos. Llevamos años reclamándolo. Porque el futuro de nuestros pueblos —y el de quienes llegan a ellos buscando dignidad— no puede construirse desde la improvisación, sino desde la responsabilidad compartida y el compromiso firme. No hay mayor progresismo que ayudar de verdad al que más lo necesita, acompañarlo, darle herramientas y exigir al mismo tiempo que se integre, que participe y que construya su propio camino. Ese es el progreso que merece nuestra comunidad y el futuro que queremos para Fitero.

El Valle del Alhama (Fitero, Cintruénigo, Corella y Castejón) no soporta más análisis, más estudios ni más parches. Necesitamos una apuesta valiente y decidida. Necesitamos pasar de las palabras a los hechos.

Durante años hemos asistido a diagnósticos que describen lo que ya sabemos: que nuestra realidad demográfica y social es compleja y se va complejizando por momentos, que nuestros recursos son limitados y que la llegada constante de nuevas familias nos exige mucho más de lo que nuestras estructuras pueden ofrecer. Pero los diagnósticos no resuelven nada. Lo que falta no es información, sino decisiones. Lo que falta no son debates, sino políticas que aterricen en el territorio.

«La historia demuestra que el vacío institucional lo llenan siempre los extremos»

Y conviene decirlo sin rodeos: el descontento social está creciendo. No por rechazo a quienes llegan, sino por la sensación de que quienes deberían sostener este proceso parece que miran hacia otro lado. Cuando las instituciones fallan, cuando las normas no se ajustan a la realidad y cuando las ayudas se perciben como desequilibradas o injustas, ese malestar acaba ocupando un espacio que otros aprovechan con discursos fáciles y extremos. La historia demuestra que el vacío institucional lo llenan siempre los extremos. Por eso es urgente actuar ahora, antes de que la frustración se convierta en terreno fértil para quienes solo ofrecen confrontación. Defender la convivencia es también reconocer el malestar social, atenderlo y responder con políticas serias, coherentes y valientes.

Miguel Aguirre Yanguas.
Alcalde de Fitero