En diciembre de 2025 se cumplirán ocho años desde que Fitero iniciara una aventura que hoy se ha convertido en uno de los productos turísticos más emblemáticos de la Ribera de Navarra: las visitas teatralizadas nocturnas al Fitero Cisterciense, una experiencia que transforma el antiguo Monasterio de Fitero en un escenario sensorial donde historia, emoción y patrimonio se fusionan bajo la magia del silencio y de la noche.
A lo largo de estos años se han realizado 114 visitas teatralizadas con una participación cercana a las 8.000 personas. Cifras que confirman el éxito sostenido de una iniciativa impulsada por Turismo Fitero y la Asociación Cultural Atalaya, que ha sabido convertir el patrimonio en un recurso vivo y atractivo. Pero más allá de los números, lo que hace verdaderamente singular a esta experiencia es su alma colectiva: todos los intervinientes —actores, narradores, guías, personal técnico y de apoyo— son voluntarios de Fitero, vecinos que ofrecen su tiempo, talento y pasión para dar vida a los muros del monasterio.
Esa implicación vecinal es, quizá, el secreto del éxito. Porque no se trata solo de una representación teatral: es una celebración de la identidad fiterana, del orgullo por lo propio y del compromiso con la cultura. Cada visita es una invitación a redescubrir el pasado desde la emoción, a mirar con otros ojos el claustro, la sala capitular o el refectorio, envueltos en luces, sonidos y silencios que nos transportan a siglos pasados.
«El verdadero milagro de Fitero no está solo en su imponente monasterio cisterciense, sino en el pueblo que lo mantiene vivo»
Durante estos años, por las visitas teatralizadas han pasado autoridades políticas de Navarra, historiadores, artistas y expertos en patrimonio, que han destacado la calidad de la ambientación, el rigor histórico y, sobre todo, la calidez humana del proyecto. Muchos coinciden en señalar que el verdadero milagro de Fitero no está solo en su imponente monasterio cisterciense, sino en el pueblo que lo mantiene vivo, siglo tras siglo, generación tras generación.
El Fitero Cisterciense no es solo un producto turístico: es un ejemplo de cómo un pueblo puede convertir su historia en experiencia, su patrimonio en emoción y su identidad en motor de futuro. Una propuesta que conjuga belleza, conocimiento y participación, demostrando que el turismo cultural también puede ser un espacio de encuentro, de orgullo local y de crecimiento compartido.
Ocho años después, las visitas teatralizadas nocturnas siguen siendo mucho más que una actividad para visitantes. Son un homenaje al pasado, un regalo al presente y una promesa de futuro. Porque en Fitero, cuando cae la noche y se encienden las luces del monasterio, los muros vuelven a hablar… y lo hacen con voz fiterana.
En el silencio del claustro y entre las palabras que cada actor pronuncia, tras cada uno de los colaboradores que se encargan de que los participantes estén cómodos o que las sillas, los micrófonos y las velas estén en el lugar adecuado, hay también un pedacito de quienes, desde el principio, soñaron con dar forma a esta historia. Señalaré fundamentalmente a dos: Raimundo Aguirre, entonces alcalde de la Villa Cisterciense y Carmen María, técnica de Turismo del Ayuntamiento de Fitero.
En un mundo volátil, envuelto en prisas y agendas machaconas, las visitas teatralizadas al Fitero Cisterciense se han convertido en un oasis de silencio, en un refugio donde el tiempo parece detenerse.
Parafraseando a Eduardo Mendoza, en su reciente discurso al recoger el premio Princesa de Asturias a las Letras, añadiré: “…y hay algo de mérito mío, que ya está bien de tanta modestia”. Tuve la inmensa responsabilidad, por encargo de Raimundo y Carmen María, de escribir el guion. Fue uno de los encargos más emocionantes que he recibido, pues me permitieron soñar y dar rienda suelta a mi alocada imaginación: los monjes caminaban de nuevo por el claustro, la campana marcaba el paso del tiempo, y los monjes y abades hablaba con voz serena y socarrona. Recuerdo que escribía con la sensación de que la historia del monasterio de Fitero que pedía ser contada, con respeto, con emoción y con alma.
En un mundo volátil, envuelto en prisas y agendas machaconas, las visitas teatralizadas al Fitero Cisterciense se han convertido en un oasis de silencio, en un refugio donde el tiempo parece detenerse. Entre luces tenues y voces que susurran el pasado, los visitantes descubren que todavía es posible emocionarse ante la belleza sobria de la piedra y el misterio del silencio compartido
Por encima de todo, gracias. A cada actor y a cada voluntario que ofrece su tiempo con generosidad; a quienes acompañan cada visita con una sonrisa; a los que creen que el patrimonio se defiende viviéndolo, y a todos los que, desde dentro o desde fuera, han hecho posible que Fitero brille con cada visita teatralizada. Gracias por demostrar que cuando un pueblo camina unido, hasta los muros de piedra se llenan de vida.


















