Resulta tan difícil como extraño, querido Alfonso, no encontrarte en esta página de “LA VOZ” que, desde hace años, compartimos. Vamos a echar de menos tus pensamientos, tan filosóficos como vitales, con que nos obsequiabas, en tu intento de mostrarnos el camino de la “serenidad”, esa virtud tan denostada en este mundo actual, ahíto de perturbaciones.
Sin ir más lejos, en tu último escrito, titulado “A solas”, tras reflexionar sobre la necesidad de “mantener un equilibrio entre la meditación interna y la observación externa”, concluyes con esa última frase que pone fin a tu columna: “Es tan intenso el ruido mediático que nos aturde, y en el intento de centrarnos en las cosas nos descentra de lo que realmente somos. Y salimos perdiendo.”
Imposible no echarte de menos, imposible no añorarte en tantas y tantas actividades en las que siempre ponías tus notas de cordura y sosiego, no exentas de pasión. Porque tu pasión por la Familia, la Amistad, la Enseñanza, la Cultura, el Cine, la Filosofía y la Literatura (así, en mayúsculas) tenían ese equilibrado grado de contención y de plenitud que dictaba la ascesis de tu mundo interior. Sin olvidar que, adicto al proverbial “mens sana in corpore sano”, encontraras tu inesperado final en el escenario de una de tus actividades favoritas, como era el montar en bicicleta.
Las redes sociales no tardaron en hacerse eco de la noticia, pues tu pérdida nos ha afectado a quienes te hemos conocido en cualquiera de los ámbitos en los que seguías asistiendo, con una omnipresencia y dedicación que no sabe de edades. Y, siempre, poniendo el sello inconfundible de tu amor, de tu bonhomía y de tu generosidad.
Tudela te llora, pues se ha quedado huérfana de uno de sus hijos más queridos. Pero siempre nos quedará tu ejemplo que, sin duda, aparecerá en muchas ocasiones, pues la memoria de quienes te admiramos es un antídoto contra la ausencia y el olvido.
Gracias, amigo Alfonso Verdoy, por tanto.











